Cómo actuar en tiempos de crisis (II). De empleados a productores

Segundo escrito de la lista sobre temas relacionados con cómo actuar en tiempos de crisis como los que vivimos, plantea la necesidad de trascender el concepto de empleado y recuperar el de productor. Lo ilustra con el ejemplo de Mol-Matric coincidiendo con la reciente jornada de arbela (20/04/2012) dedicada a esta cooperativa.

Uno de los efectos que la Crisis ha sacado con más fuerza a la superficie es la destrucción del empleo, no solamente en el masivo tránsito de empleados a desempleados, sino también, como corolario, de su precarización, su abaratamiento, su inseguridad… Pero sería ingenuo pensar –a pesar de lo que nos digan los discursos oficiales– que esta manifestación ha sido producida por la crisis; en realidad, ya estaba claramente presente a lo largo de todo el proceso de financiarización de la economía.

En este artículo voy a sostener que la alternativa a la crisis no consiste en crear empleo para paliar el desempleo (aunque bienvenido sea en esta época de tribulaciones), sino en cambiar el concepto de trabajo para dotarle de toda su potencia productiva para la sociedad.

EL EMPLEADO

La figura del empleado, tal como la conocemos hoy, y que de forma masiva se asimila al trabajador, sólo se ha producido en el sistema capitalista; nunca antes existió una figura parecida, ni siquiera los sirvientes. Por tanto, aunque hoy este tipo de trabajo adquiera carta de cuasinatural (al tiempo que media toda relación social), debemos recordar que sólo ha existido en una muy pequeña parte de la historia de la humanidad.

¿Qué caracteriza al empleado? A diferencia del esclavo, del siervo de la gleba, o de otras formas históricas del trabajador, viene identificado por la firma de un contrato entre personas libres (el empleador y el empleado) por la que éste alquila su cuerpo (su fuerza de trabajo) para la realización de unas determinadas tareas, generalmente asociadas a un “puesto de trabajo” definido, a cambio de un salario igualmente definido. Esta forma contractual no constituye solamente un acto legal, sino que está profundamente inscrita en nuestras consideraciones socioculturales, de forma que tendemos a asociar “trabajo” con “empleo”.

En esta forma de trabajo sólo el empleador puede valorizar su resultado (el empleado tiene que atenerse, por muchas arengas para que se implique, al cometido de sus tareas parciales), de forma que la productividad del trabajo sólo se incrementa sensiblemente a partir de su organización (lo que hicieron el taylorismo, el fordismo, o el toyotismo, entre otros) o de los avances tecnológicos; es decir, apenas depende del trabajador. En consecuencia, el empleado resulta un mal necesario para el empleador, un coste que hay que asumir para producir, de manera que, ante condiciones adversas de mercado, se convierta en lo primero a ser suprimido.

Esta forma trabajo, verdadero anacronismo en la era en la que el trabajo cognitivo se convierte en tendencialmente masivo, no ha sido cuestionada ni, mucho menos, sobrepasada; permanece como una pseudonaturaleza y constituye una de las causas fundamentales de la destrucción de la llamada economía real y de la financiarización como forma privilegiada para proseguir con el proceso de acumulación, aun a costa de la destrucción de la sociedad.

En efecto, el contrato laboral, por su misma esencia, implica una mutilación de la potencia productiva del trabajador: Este se alquila al empleador para realizar ciertas tareas o funciones –y no otras– que necesita para realizar su producción. Es decir, es el “trabajo” mismo el que se convierte en mercancía, no el fruto del trabajo, que pertenece al empleador. Este modelo de desarrollo, en el que el trabajo tiene que ser mutilado y dependiente (carente de significado finalista) para poder ser controlado y organizado por el dominio exterior, conlleva, por tanto, la no realización, cuando no la destrucción, de, al menos, parte fundamental de la potencia productiva del trabajador (de aquello, precisamente, que le hace humano, persona). Tenemos, así, servida la gran contradicción que entraña el desarrollo capitalista: Al tiempo que es capaz de producir incrementos espectaculares de la productividad a través de la organización del trabajo, debe destruir parte de su potencial para poder sustentar el dominio del mismo.

Esta contradicción se exacerba con la necesidad de desplegar el trabajo cognitivo como fuente privilegiada de productividad, ya que no puede conseguirse con las estructuras de dominio del trabajo dependiente. En consecuencia, la llamada economía real deja de ser “atractiva” para el capital, ya que no puede rentabilizarla a su velocidad potencial, por lo que genera un modelo bipolar: de un lado, la economía real, basada en la mercancía trabajo, constreñida y dependiente, y de otro, la financiarización de la economía, esto es, la conversión del dinero de medio de pago a mercancía por excelencia, creando un enloquecido bucle autorreferencial.

No saldremos de esta situación destruyendo el trabajo, sino liberando todo su potencial de creación y generación de riqueza, material e inmaterial, y ello implica diseñar una nueva filosofía del trabajo capaz de traducirse en políticas radicalmente nuevas. [1]

EL PRODUCTOR

La masiva identificación del trabajo con el empleo (la reducción del trabajo a mercancía) nos ha conducido a un fatal olvido: Desde sus orígenes, el ser humano viene caracterizado esencialmente por su capacidad de producir en cooperación, desde los primitivos útiles y herramientas hasta las civilizaciones que nos atraviesan a través de la historia. De manera que Deleuze y Guattari pueden declarar en su “Antiedipo”:

“De suerte que todo es producción: producciones de producciones, de acciones y de pasiones; producciones de registros, de distribuciones y de anotaciones; producciones de consumos, de voluptuosidades, de angustias y de dolores.”

Y más adelante,

“En segundo lugar, ya no existe la distinción hombre-naturaleza. La esencia humana de la naturaleza y la esencia natural del hombre se identifican en la naturaleza como producción o industria, es decir, en la vida genérica del hombre.”

Pero esta condición esencial del ser humano como productor tiene ciertos rasgos que conviene resaltar:

  • Como animal social, siempre se produce en cooperación.
  • Los conocimientos creados en, y derivados de, el acto productivo son “acumulativos” y recreativos, generando niveles siempre superiores de potencia productiva.
  • En el mismo acto productivo se producen, indisociadamente, bienes materiales, servicios a otros, subjetividades, conocimientos, afectos, angustias… que van a nutrir y recrear las capacidades productivas del productor y su comunidad, que las van a proyectar al siguiente acto.
  • En consecuencia, el acto productivo siempre genera un excedente que no se agota en el mismo; produce, al tiempo que otras cualidades, al propio productor. [2] En palabras de Bergson (“L’evolution creatrice”), “Todo pasa como si una amplia corriente de consciencia hubiese penetrado la materia, cargada, como toda consciencia, de una multitud enorme de virtualidades que se interpenetran entre sí.”

Es cierto que el productor, como todo ser humano, está sujeto a los imperativos de la necesidad, los impulsos del instinto y las oleadas del deseo, pero el empleado sólo está sujeto, como tal, a la voluntad del empleador, utilizando sus facultades más “humanas” para resistirse al mismo, subsumirse en su dominio o desertar… Como señalan Piore y Sabel en su libro “La segunda ruptura industrial”, esta deriva del productor al empleado no fue una determinación histórica, sino la consecuencia de las luchas políticas por el poder que se sucedieron con el advenimiento de la Gran Corporación (en este caso, los ferrocarriles). Otra historia podría haber sido posible…

Por ello, presente ya en su plenitud el escenario de la Crisis, sostengo que, entre los tránsitos para su superación, uno de carácter imprescindible es la constitución de sociedades de productores, capaces de apropiarse del origen y destino del significado del trabajo y de establecer la utilización de sus frutos. Con un ejemplo real trataré, a continuación, de explicitar algo más lo que quiero expresar.

¿OTRA FORMA DE EMPRESA ES POSIBLE?

Esta es una pregunta relevante, pues de forma muy generalizada se da por sentado que sólo hay un modelo de empresa rentable, competitiva, firmemente basada en los sacrosantos principios del Management, con sus acríticas evoluciones periódicas de moda en moda… Aun cuando repetidamente he tratado de demostrar, no sólo la falacia que esto esconde, sino el terrible daño que causa a organizaciones y sociedades (como la crisis ha puesto descarnadamente al descubierto), las mitologías al uso, y al servicio de los poderes del Sistema, perseveran en su discurso. Por tanto, voy a permitirme traer a colación un ejemplo de empresa de éxito… ¡con unos principios de funcionamiento que desafían todas las convenciones de la empresa “ideal” del Management!

MOL-MATRIC es una cooperativa catalana cuya actividad industrial se centra en la matricería y el mecanizado. Tiene algo más de 50 trabajadores, la gran mayoría socios de la cooperativa. Nació, hace unos treinta años, al ocupar sus trabajadores la empresa tras el abandono de la propiedad. Hasta aquí nada diferente a otras experiencias similares. Pero en los últimos años –los de la Crisis– ha sido objeto de una elevada atención –me consta que no buscada por sus protagonistas– de los medios de comunicación catalanes y estatales: ¿Qué tiene una humilde cooperativa catalana, de tamaño pequeño, para ser capaz de atraer tanta atención? Hablando de medios, la respuesta es clara: ¿Qué están haciendo para sobrevivir con éxito a la crisis, precisamente en un sector que la está sufriendo con toda dureza?

La forma narrativa dominante de las “historias de éxito” en el Management consiste en atribuirles, en origen, algún tipo de “diseño inteligente”, pero las cosas no funcionan así. Más bien, son la necesidad, el azar, la adaptación a circunstancias complejas, la intuición, las apuestas… las que van construyendo un camino no visualizable en su origen.

El origen de MOL-MATRIC marca fuertemente su historia: En el verano de 1981, ante la desastrosa situación de la empresa (Talleres Alá), los trabajadores deciden ocuparla para evitar la salida de las máquinas y el cierre de los edificios. Posteriormente, deciden constituirse en cooperativa, en una situación de abierta desconfianza por parte de proveedores, clientes y… ¡cargos directivos y técnicos de la empresa, que deciden no entrar en la nueva cooperativa! Como carecen de recursos para contratar, los trabajadores tienen que asumir todas las tareas de gestión sin ninguna preparación “académica” ni experiencia en las mismas. Y aquí, en mi análisis, radica una de las causas del éxito de MOL-MATRIC: No se guían por los principios de gestión empresarial impartidos en las Escuelas de Negocios, por lo que van construyendo una filosofía propia de la empresa, su razón de ser, sus formas de gestión y decisión, sus formas de trabajo, sus principios éticos… que han guiado su desarrollo hasta hoy.

En un libro que publiqué en el año 2000 [3] decía: “Intuyo que las empresas de principio del siglo XXI presentarán una combinación variable de rasgos de la empresa actual (la estabilidad y procedimentación de los procesos más rutinarios), de las organizaciones de voluntariado (significado del trabajo y autonomía en su realización) y de las instituciones educativas (la empresa como lugar de aprendizaje continuo).” Si tuviera que dar una “clave” del éxito con que MOL-MATRIC ha superado las diferentes crisis por las que ha atravesado, incluyendo la actual, estoy tentado de decir que es su sentido de comunidad (de productores).

Voy a resaltar solamente algunos de sus rasgos distintivos [4] :

  • Su intención, declarada desde sus orígenes, es perdurar ofreciendo un trabajo digno y realizador a diferentes generaciones. No se mueven por el afán de lucro individual, de forma que la gran mayoría de los beneficios que obtienen –y son considerables– los invierten de nuevo para mantener una tecnología puntera. Los socios trabajadores donan, literalmente, el 80% del capital que les correspondería a la cooperativa.
  • Para sostener este sistema es necesario un fuerte sentido de cooperación: Cooperar en la realización del trabajo a través de equipos autónomos que toman sus propias decisiones, cooperar en las decisiones estratégicas fundamentales a través de procesos muy participativos que desembocan en decisiones asamblearias sin sorpresas, cooperar con clientes, proveedores y competidores, cooperar sin cesar…
  • Y es necesario sostenerlo en un sentido de justicia social: El abanico salarial es de uno a tres, todos comparten por igual los momentos buenos y los momentos más difíciles, no hay despidos por causas de coyuntura económica, toda promoción es interna…
  • En MOL-MATRIC sólo hay dos personas con estudios superiores. Es un ejemplo de producirse a sí mismos, de un proceso de formación y capacitación interno al que dedican gran cantidad de recursos, generando una comunidad de autodidactas extraordinariamente potente.
  • Tienen una masía, adquirida recientemente, en la que realizan actos sociales, lúdicos, de la comunidad de MOL-MATRIC, en los que participan jubilados, trabajadores y familiares, lo que contribuye a crear espacios de relación y cooperación más allá de los propios del trabajo.
  • Y mantienen un sistema voluntario, a través del 1% de sus beneficios más las horas extras que los trabajadores quieren aportar al empeño, para apoyo a comunidades en situaciones de marginación (la más destacada, a la Escuela de Castro en Smara, en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf).

Una empresa sin afán de lucro para sus accionistas, basada en la reivindicación de un trabajo y una vida digna para sus componentes, pensada para perdurar, para seguir creando puestos de trabajo y para conectar en ella a diferentes generaciones, cooperando en la creación de una comunidad siempre dinámica… Hasta ahora, ha sido posible, y ejemplar en su desarrollo. ¿Es esta la apuesta de futuro?

SIN CONCLUSIÓN

Al desatarse esta crisis como consecuencia del proceso de financiarización de la economía y de la sociedad, todos sus remedios “oficiales” se dirigen a salvar a los bancos, a operar sobre la moneda, a actuar en función de la Bolsa. Su corolario más estruendoso es la destrucción del trabajo, manifestado esencialmente a través de la destrucción de millones de empleos, pero no sólo… En los últimos cincuenta años, el trabajo ha sido el gran olvidado de las teorías económicas, al considerarlo como algo naturalmente dado y, por tanto, inmutable. Es hora de recuperar su potencia y de reivindicarlo como siempre ha sido: motor imprescindible de la construcción social.

Y cierro con una cita de Martine Verlhac [5] que me parece adecuada:

“La ceguera concerniendo al trabajo está muy compartida entre un ultraliberalismo que pretende no apostar por el trabajo atribuyendo su rarefacción hacia su desaparición a mecanismos irreprimibles, lo que le permite proponer la necesidad de trabajar siempre más y más tiempo, dejando así jugar el juego de lo que destruye el trabajo, es decir, el del capitalismo financiero y sus accionariados, y por otra parte todos los bienpensantes que toman esta rarefacción del trabajo como dinero contante y sonante y proponen todos los remedios que no ponen nunca en cuestión los mecanismos económicos del capitalismo. Ahora bien, esta ceguera ha estado siempre fundada sobre una ocultación de lo que es el trabajo.”


[1] Ver, por ejemplo, mi artículo “Política de la riqueza, riqueza de la política”. hobest.edita, nº 2 (Octubre 2011)

[2] Para un tratamiento más completo de la esencia del trabajo en la era del conocimiento, puede verse mi libro “Estrategias de la imaginación” GRANICA (2008)

[3] “La imaginación estratégica” GRANICA (2008)

[4] Para una más amplia información, ver: Mariana Vilnitzky, Olga Ruiz. “Mol Matric. Un modelo empresarial, y mucho más”. El viejo topo, nº 270-271 (2010)

[5] M. Verlhac. “Pour une philosophie du travail”. Alterbooks (2012)

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