Las mismas fuerzas y lógicas del sistema nos llevan a la globalización, es decir, la tendencia a eliminar rigideces y barreras de mercado, así como el desarrollo del transporte y de tecnologías de la información y la comunicación, son las que nos traen a estos escenarios inestables, mercados globales en continuo cambio. Imaginemos una botella de agua en intensa ebullición, burbujas que irrumpen y emergen a la superficie, que explotan en salpicaduras y agua condensada modificando la forma del todo a cada instante. Así son los mercados actuales.
¿Cómo se compite en un entorno cambiante? Ya todos sabemos que innovando continuamente. Hacer bien lo que hacíamos exitosamente ayer, no nos garantiza en ningún caso el éxito ni la supervivencia mañana. Unos lustros atrás, relacionábamos esta palabra con genuinos y grandes avances tecnológicos y científicos, por lo que existía gran confusión y temores de que sólo las dedicadas a los sectores de actividad de más reciente implantación (biotecnología, aeronáutica, telecomunicaciones, tecnologías digitales, etc) serían empresas de futuro. Esta visión reduccionista quedó superada. Hoy se habla sin complejos de innovación en todas las posibles actividades, y no sólo en las económicas. Se entiende la innovación como una respuesta a tiempo a un entorno que cambia continuamente –y que nuestra acción contribuye a cambiar–, para poder seguir aportando valor en cada nuevo escenario. Pero ¿cómo se hace esto?
Los más avanzados saben que una organización innovadora requiere una fuerte orientación a las personas. Con estos ingredientes ya podemos hacer todos los discursos pomposos de moda, que lo mismo sirven para el acto de celebración del aniversario de un centro tecnológico, o para que el presidente de un destacado grupo mediático explique las claves de su éxito. El problema está en lo superficial de estas proclamas. Se piensa en “personas” como en máquinas a las que se puede programar a través de paquetes de formación en comunicación eficaz, motivación, trabajo en equipo, inteligencia emocional, cultura participativa y un largo etcétera, pretendiendo que todo ello derive en una organización innovadora dejando intactas las formas y estructuras de poder. Se avanza poco hacia organizaciones realmente basadas en las personas.
Innovación es un eufemismo para cambio perseguido: mientras que “cambio” siempre suscita miedo y rechazo, “innovación” se relaciona con elementos positivos. La paradoja en torno a la innovación es patente. El poder siempre ha querido estabilidad. Resulta que la innovación presentada como necesidad, no como capricho, atenta contra todo este orden establecido y se convierte en poderosa arma de transformación, de cambio, reclamada enérgicamente también desde instancias más conservadoras, más reacias al cambio. La paradoja está servida.
Y para mayor desbarajuste, la innovación no puede ser sometida, ni ordenada, porque su impulsor fundamental y definitivo es el deseo. Sólo lo que queremos tiene –o adquiere– fuerza, potencia, para transformar el curso de los acontecimientos repetitivos o adversos. El deseo puede ser reprimido, inhibido, pero no sometido u ordenado. Puede ser anulada, cortada su potencia, su acción, pero no sometida. Por lo que, siguiendo el silogismo, la innovación puede ser también anulada, cortapisada, pero no sometida y dirigida.
No es un proceso lineal que pueda ser determinado de una forma algorítmica desde la cúpula jerárquica que quiere ser omnisciente. Se trata por el contrario de un proceso complejo, sometido a las leyes del caos. Así, los intentos de dirigir la innovación crean proyectos vacíos de contenido, por muy ampulosos y bien maquillados que aparezcan, mientras que la verdadera potencia innovadora se desviará hacia otras formas no alineadas –incluso contrapuestas– con los algoritmos prefijados.
Superemos la estéril visión lineal en la gestión de la innovación. Proponemos una alternativa: entender los siguientes factores como esenciales al proceso innovativo: conocimiento, poder y subjetividad; y que esta reflexión nos lleve a tratar de propiciar conjunciones armónicas de ellos. A mayor base de conocimiento previo las posibilidades de crear nuevo conocimiento –requisito para innovar– aumentan de forma exponencial. El nuevo conocimiento lleva a una idea que necesita trascender las paredes de la imaginación. Esto requiere poder, capacidad para decidir y apropiarse de la propia acción de uno. Pero hace falta un elemento catalizador. En todo sistema complejo existen elementos que crean movimiento, vida, dinamismo. En el ejemplo de sistema caótico que poníamos al comienzo las burbujas que irrumpen cambian continuamente la forma del todo. En el proceso innovativo no hay otra fuerza dinámica que la subjetividad expresada en deseo, creatividad, emociones que catalizan acciones que rompen con la rutina y la repetición, que transforman, que innovan.
La restricción de alguno de estos tres elementos constriñe a su mínima expresión, pudiendo llegar hasta la total anulación, el potencial innovador. Pensemos por el contrario en grupos de personas con altos y crecientes niveles de conocimiento, que deciden, se apropian de su acción y cuentan con suficientes grados de libertad y flexibilidad para seguir por los caminos que les emocionan, que conectan con sus deseos. Nos encontraríamos en un escenario innovativo, ¿verdad? Pues, intentemos responder cada uno desde nuestra organización a la siguiente cuestión: ¿cómo podemos propiciar multitudes que a un tiempo vayan expandiendo su conocimiento, su poder y su subjetividad ampliando así su potencial y despliegue innovador?