Un puñado de buenas noticias económicas, jalonando el final del año, ha provocado una avalancha de declaraciones triunfalistas –cuando no “políticamente” interesadas– anunciando que, de forma esotérica, con 2013 “acaba lo peor” y que 2014 nos llega cargado de esperanza. En una reciente comida navideña, un grupo de amigos me pedían, más que preguntarme, que les dijera que la crisis había terminado; obviamente, mi respuesta les decepcionó.
Puede que el ciclo esté virando, pero lo que no podemos olvidar es que la gestión política de la crisis (al menos, en Europa) ha sido de carácter procíclico; es decir, destinada a profundizarla a través de una drástica transferencia de recursos desde la economía real hacia la economía financiera, con la “autoridad” de los Estados-nación actuando de intermediaria. El resultado está a la vista, y está presente: Sociedades depauperadas, destrucción de empresas y trabajo, pauperización de la educación, la sanidad, los servicios sociales, la Investigación, tasas de paro disparadas… Es decir, el “rescate” financiero se ha realizado a través de una brutal destrucción del tejido empresarial, del tejido social y de la democracia representativa.
La abrupta caída de Fagor Electrodomésticos, buque insignia del cooperativismo vasco y empresa emblemática de nuestra estructura industrial, debería hacernos reflexionar sobre los efectos que la crisis está teniendo sobre nuestro tejido industrial, columna vertebral de nuestra economía y desarrollo social. Y no sólo en su aspecto más evidente, en forma de ERE’s, cierres empresariales y desempleo, sino también en su vertiente conceptual. Ahora hace un año publiqué, en esta misma columna, un artículo titulado “Lo que el miedo se llevó”, advirtiendo del riesgo que estábamos asumiendo virando, desde los conceptos que guiaron nuestra industria en la década de los noventa, hacia formas de gestión tecnocráticas (cuando no animistas), alentadas por la fuerza de las urgencias financieras y del pavor ante lo incierto del futuro (aunque hay muchas excepciones resaltables, precisamente porque han sobrevivido con éxito a la crisis…).
Necesitamos repensar con urgencia nuestro modelo industrial, y más allá, nuestro modelo social, nuestro modelo de País. Porque las soluciones no nos van a venir de quienes han provocado esta crisis, tienen que surgir de una alianza sociopolítica capaz de acometer vías imaginativas de teoría y praxis, que trasciendan la pobreza y caducidad de los actuales conceptos que rigen nuestras formas de gestión y, por supuesto, nuestras formas de hacer política. Y necesitamos recuperar el trabajo y su significado creador y liberador, pasando por encima de discursos, públicos o privados, ya periclitados y cuyo fracaso está servido.
Recupero una cita reciente de Negri [1] sobre ese baremo siempre presente y siempre discutido de la productividad:
“Conviene expresarlo con la mayor claridad: digan lo que digan todos los premios Nobel de Economía del mundo, el aumento de la productividad sólo se conseguirá en y mediante una sociedad igualitaria y libre, mediante una sociedad que ‘rechaza el trabajo’ –si por ‘trabajo’ se entiende eso que es hasta el momento: un trabajo servil, un trabajo asalariado–. Debemos liberar el trabajo de las formas históricas en las cuales ha sido confinado.“
Mi deseo consiste en que en 2014 seamos capaces de encontrarnos para construir solidaria y compartidamente un nuevo modelo que nos sirva para afrontar los efectos de la crisis que, no lo olvidemos, todavía está entre nosotros, y construir lo nuevo sobre las ruinas de este desastre que nos están imponiendo.
[1] A. Negri “Una política de lo común. Del fin de las izquierdas nacionales a los movimientos subversivos en Europa” en VVAA “El síntoma griego” ERRATA NATURAE (2013). El subrayado es mío.