Así que pasen cincuenta años

El año que empieza es el cincuentenario de la llamada Revolución del 68, también conocida, en un término más reduccionista, como “mayo del 68”. Ese año, de una forma “extraña”, que a los que lo vivimos nos pareció casi mágica, un incendio revolucionario se propagó como la pólvora por gran parte del mundo: París, Berlín, España, Italia, Praga, Estados Unidos, Méjico… No fue una revolución al uso, no queríamos tomar el poder, queríamos cambiar una sociedad que nos asfixiaba. Y sin violencia, ocupando lo que era nuestro: las calles, las plazas, las universidades, los centros culturales… La respuesta del Poder ya forma parte de la historia, en la plaza de las tres culturas, en Praga, en Kent, en el asesinato de Martin Luther King, en los llamados años del plomo…(en España, entonces, la violencia del Régimen era lo habitual y no la excepción).

No queríamos el trabajo que nos esperaba: dependiente, alienado, burocrático, jerarquizado. La consigna entonces, que hoy sonaría como blasfema, fue “el rechazo al trabajo”, al tipo de trabajo al que estábamos abocados. Y no nos gustaba la sociedad que nos esperaba: hipócrita, moralista, plagada de desigualdades de clase, repleta de discriminaciones (que se dice hoy) por razón del sexo, del color, de la raza, de la religión, del origen social… que, además, estaban sólidamente sostenidas por las legislaciones vigentes.

Y nos sublevamos: En aquel año coincidieron, de forma difícilmente explicable en términos “clásicos” (no existía Internet, ni la telefonía móvil, ni los media eran muy ágiles, ni mucho menos favorables), los movimientos estudiantiles y obreros, las movilizaciones contra la guerra de Vietnam, los Panteras Negras, los movimientos feministas, los alzamientos contra las burocracias del Este, las guerrillas latinoamericanas… Corrientes de subjetividad compartida lo unieron todo, en una lucha que parecía común.

Cuando hoy contemplo a la generación con la edad que nosotros teníamos hace cincuenta años, siento un cierto escalofrío: Ella no puede “rechazar el trabajo”, sencillamente el trabajo está siendo destruido; desempleo, precariedad, intermitencia, contratos basura, salarios de miseria… eso sí, acompañados por llamamientos a emprender, a construir la “marca personal”, a ser innovadores, a competir sin vacilaciones por ser los mejores… con la ciega confianza en que la tecnología lo resolverá todo.

¿Y qué decir de la sociedad que les aguarda? Hiperconectados al vacío, con toda actividad propiamente humana mercantilizada, con la naturaleza expoliada y explotada, les arengan sin cesar a ser “uno mismo”, a gozar sin límites (siempre que el “goce” se traduzca en hiperconsumo), a vivir a través de una pantalla sin reparar en las brutales desigualdades, en la pobreza, en las guerras, en las pateras (basta un clic para cambiar de canal)… Donde nosotros queríamos tomar la cultura, la cultura ya no está, donde nosotros rechazábamos el trabajo, el trabajo ya no existe.

Deleuze, en su Postscriptum [1] de 1990, intuye ya que otra forma de dominio se está gestando, lo que le lleva a concluir: “¿No es extraño que tantos jóvenes reclamen una “motivación”, que exijan cursillos y formación permanente? Son ellos quienes tienen que  descubrir para qué les servirán tales cosas, como sus antepasados descubrieron, penosamente, la finalidad de las disciplinas. Los anillos de las serpientes son aún más complicados que los orificios de una topera.”

Y mi deseo para 2018: Que los rescoldos del 68 prendan en las nuevas generaciones y, como ya ocurrió hace cincuenta años, apostando por la libertad, la democracia y la dignidad, sacudan los cimientos de esta sociedad que envilece, degrada, empobrece, y, en más de un sentido, ahoga.


[1] Gilles Deleuze “Post-scriptum sobre las sociedades de control” en Gilles Deleuze “Conversaciones 1972-1990” PRE-TEXTOS (1995)

Argitaratua

Artículo publicado en Estrategia Empresarial, nº 550, enero 2018

Utzi iruzkina